Tarifa es el puente entre Europa y África, límite entre el Mediterráneo y el Atlántico. Ocupa un lugar estratégico en una zona legendaria, las columnas de Hércules, el fin del mundo para los navegantes de la antigüedad. Por ello ha sido habitada desde la Prehistoria hasta hoy por fenicios, romanos, musulmanes y cristianos, quienes dominaron esta península rocosa que marca el sur del continente europeo.
Los escritores árabes hablan de una incursión temprana en año 710 d.C., dirigida por el beréber Tarif, que habría dado su nombre a esta ciudad, Tarifa, aunque también podría derivar de tarf (en árabe “punta” o “extremo”). Pero es en el año 960 d.C. cuando se erige por orden del califa omeya Abd al-Rahman III el castillo que origina el recinto defensivo actual, uno de los mejor conservados en toda España.
Tarifa siguió creciendo en importancia por ser uno de los principales puertos de paso del Estrecho de Gibraltar bajo los imperios musulmanes norteafricanos (Almorávides, Almohades, Benimerines) que desde el Magreb marcaron la política de al-Andalus a partir del siglo XI.
Poco después de la conquista cristiana en 1292 por el rey Sancho IV El Bravo, tiene lugar el acontecimiento que ha dado nombre al castillo y renombre a Tarifa, y que ha entrado en el terreno de lo legendario: la defensa por su alcaide, Alonso Pérez de Guzmán El Bueno, quien prefirió sacrificar a su hijo antes de entregar a los musulmanes el castillo que su rey le había confiado.
Cada fase histórica ha dejado su impronta en la ciudad y en su castillo, cuya imagen actual es el resultado de la acumulación de defensas (puertas, torres, muros), así como de los rasgos palaciegos que adquirió desde el siglo XV hasta la época que perteneció al I Marqués de Tarifa, en el siglo XVI.
El castillo perpetuó su función militar durante un milenio, hasta que en el año 1989 pasó a manos civiles. Se inicia entonces la investigación arqueológica junto con las obras de restauración, que continúan hasta hoy.
Texto y plano: Alejandro Pérez Malumbres-Landa